Me gusta descubrir una cala solitaria en un lugar que acabo de conocer, bañarme en el agua gélida del mar y el contraste al secarme después al sol ardiente. Me encanta la gente intensa que expresa sus emociones abiertamente. Me gusta sonreir y desentonar un poco con el ambiente. No me gusta que la persona que se sienta a mi lado en el bus me roce el bracito sin conocerme de nada. Me encantan los colores paradisíacos de las puestas de sol. No me gusta la gente que habla muy alto. Me gusta la música instrumental por la noche, porque me despierta sensaciones recónditas. No me gusta que haya guerras malditas y que los malditos Gobiernos no hagan nada. Me gusta meter los dedos entre el cabello de alguien especial y agarrarlo un poco fuerte. Me gusta la felicidad que inunda mi corazón cuando veo los rostros sonrientes de mi abuelo y mi abuela. Me extasia la canción ‘Pequeño vals vienés’. Me gusta la emoción con que se entrega Silvia. Pero si hay algo a medio camino, si hay algo por lo que no consigo decantarme, ésos son los domingos por la tarde. Tantas y tantas veces degustados. Esos me gustan y no me gustan.