Hoy decidí dedicarme la tarde a mí misma. Porque hay veces en que una ha dilapidado tanto tiempo en obligaciones morales, trabajos más o menos preciados, amistades (pasar tiempo con amigas nunca lo denominaría ‘dilapidar’ sino aprovechar, pero lo incluyo aquí en concepto de tiempo) y gestiones variopintas, que se llega a olvidar de que también necesita tiempo para disfrutarse, reflexionar, sentarse a mirar patos en el estanque, regalarse una merienda o, básicamente, hacer lo que le salga de ahí mismo.
Así que después de una agilizar una cita burocrática ajena, decidí que me iba al Retiro a dejarme mirar por el sol de febrero. Y ha sido una tarde serena y deliciosa. Tengo que confesar que mi interés principal consistía en repetir visita a la exposición de Janet Cardiff & George Bures Miller, y que esas ganas se han desvanecido tan pronto como he accedido al Palacio de Cristal y me he encontrado con tal trasiego de impertinentes turistas. Que no puedo comprender por qué no organizan pases individuales para que una pueda deleitarse en condiciones con la caravana y ‘sus cositas’, la tupida vegetación a través de los cristales, el tímido sol asomándose entre los árboles y todos esos placeres mundanos. Pero no. La normativa dice que el aforo máximo es de 70 personas, aunque no dice nada del mínimo, con lo cual me planteo regar la instalación de algún gas disuasorio que me permita esa anhelada contemplación de la obra creativa en soledad. Me veo en la obligación de regresar otro día, a ser posible entre las 10 y las 12 de la mañana, que es cuando la chica informadora me ha asegurado que está más tranquilo. «Pero vamos, que hoy hay poca gente», me ha dicho. Pues ver ‘El hacedor de marionetas’ con 30 personas alrededor que colocan el móvil en primer plano a mí no me convence.
Después de descubrir algunos recovecos del señor parque de todos los parques de Madrid, lo único que mi cuerpito serrano deseaba era MERENDAR. Lo digo así en mayúsculas porque para mí esa comida del día se está volviendo cada vez más imprescindible, pero me temo que la sociedad aún la infravalora. Dentro de unos años, cuando haya ahorrado lo suficiente para pagar el alquiler de un local, los impuestos correspondientes, el equipamiento necesario y haya lidiado con la Comunidad sobre los horarios de apertura y cierre, montaré un local de desayunos y meriendas. Es decir, dentro de un par de décadas tendré mi propio local para merendar y estoy muy orgullosa por ello. Pero mientras tanto, tengo que seguir haciendo uso de las cafeterías de la ciudad. Y no, no están preparadas para almas merendonas como la mía. Al final me he tenido que conformar con un café y un pincho de tortilla. Ni exposición en soledad ni merienda rica. Al menos me he dedicado la tarde a mí misma.