Un año es mar. Maremoto.
A lo largo de todo un año, muchas vidas se atraviesan.
En un año se ganan batallas, ilusiones. Se soplan heridas.
Se pierde sangre y se rescatan deseos.
Todas esas vueltas de reloj marcan muchas llamadas sin realizar, sin contestar. Muchos teléfonos de hielo.
Doce tiernos meses dan para echar mucho de menos, para entonar muchos cantos.
Esos miles de acuosos hilos semanales se gustan, se encantan, se enervan, se desconciertan, se confunden. Se van.
El dispensador de días lanza miradas de amor, de indiferencia, de vértigo, de desencanto. Reparte muchos ojos ciegos. Mutilados.
Tantos segundos a borbotones se van con la anestesia, el ron-cola, el desfibrilador, la nana, el huracán.
Un año no empieza como termina.
Termina con mucho.
Y empieza con más.