Archivo de la categoría: Emocióname

Ese enigmático y laberíntico universo de los sentimientos

Asolada

Para asolar tu carne solo preciso lengua de fuego
boca serpiente
y unas cuantas palabras misil
Si entonces quieres un baile será desmembrada y ya
sin ritmo
en alguna calle abierta
con serpentina y banderolas
Libres de fiesta
los adornos aún
sobre la piel lacia

Muertes pequeñas

Pequeñas muertes diarias
imperceptibles
acechan
en cada esquina

muertes necesarias
a veces
inevitables
en otros casos
hirientes
de cuando en cuando

la estela
de la carne descompuesta
da origen
a otras realidades
a otros universos

esa es
la
revelación

Un pájaro

Venimos con un pájaro en la palma de la mano
lo mostramos al mundo
deseamos que vuele
dirección
horizonte
pero a veces sus alas se han quebrado
a veces no hay plumas
a veces es un ave moribunda
y prefiere
preparar
su camposanto
 
Venimos con un pájaro en la palma de la mano
y a veces nos quedamos
con los restos despoblados
de un cuerpo
caliente
pero sin vida
entre los dedos

 

Creo

Creo en el cuerpo como lugar de partida de todo lo demás, como recipiente y depositante, como núcleo y germen de la lucha disidente y como espacio que guarda la memoria de todo lo que fuimos y lo que nos destruyó. Creo en la reconstrucción de la piel y de los hígados junto a otros cuerpos. Creo que las palabras más rocosas se instalan en nuestra carne y la pueblan y que a través de la escritura podemos abrirles la puerta o echarlas a patadas (dependiendo del caso y de la urgencia) e, incluso, transportarlas a otro lugar en el que la catarsis les permita construir algo nuevo y vigoroso que convierta la aspereza en potencia de cambio. Creo en los cuerpos cansados, mutilados, asqueados, que aún conservan energía para batallar juntos frente a la normatividad.

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Mañanas, tardes

La luz de la mañana es amplia
vigorosa
huele a niña recién nacida
y a deseos por cumplir
se cuela entre las plantas
las acaricia y hace renacer
el verde tierra

en las primeras horas del día
todo es posible
encontrar trabajo
arropar los desencantos
cargar de maletas el tren
hacia el país de no volverás

pero las tardes llegan deprisa
cansadas
el blanco es marrón
y los ojos ofrecen
miradas lejanas
las calles tienen
el mismo sabor
de ayer
a abrazos perdidos
entre las costuras
de los relojes
a huellas tercas
a frases hirvientes
a niña sin mecer
a brazos sin manos
ni huesos
a cuerpos que imploran
la redención

las tardes saben
a vida quemada

Agua y aceite

Es un clásico el experimento de intentar juntar agua y aceite. Colocas en un recipiente un poco de agua, le añades una cantidad cualquiera de aceite y compruebas sin esfuerzo que ambas sustancias no se mezclan. Ni se mezclan ni se mezclarán porque, según nos contaron en el instituto, su densidad es distinta. Sus composiciones están tan alejadas la una de la otra que es imposible que se integren, que se relacionen más allá de que una quede arriba y la otra abajo. Podemos intentar una y otra vez realizar la misma prueba pero el resultado será siempre el mismo: son plenamente incompatibles.

Glu. Glu. Glu.

Hay personas agua y personas aceite. También hay personas vinagre, personas leche, personas sal o personas miel. Incluso una misma persona, dependiendo de su momento vital, puede moldearse más hacia una u otra sustancia. Lo más lógico es que si nuestra composición es una, queramos explorar otras composiciones, al fin y al cabo la existencia nos lleva a indagar y ver lo que hay tras las fronteras de nuestros cuerpos. Esas aproximaciones pueden ser amables, peligrosas, fascinantes o extrañas, entre otras muchas posibilidades. A veces las combinaciones nos abren a un universo pletórico, casi irreal, donde las propiedades externas nos embriagan de tal forma que queremos continuar enredándonos con pies, cabeza, cuello y esófago. Diluir y diluirse en un mismo acto de entrega. A veces la combinación parece simbiótica y perfecta, como si un elemento  y otro traspasasen la línea de su integridad y empezaran a absorber propiedades que antes le eran impropias, desconocidas, ausentes. Puede pasar que esa fusión permanezca o que pasado un tiempo cada sustancia regrese a su estado original. También puede ocurrir que detestemos esa mezcla tan absoluta.

El problema, la perturbación desatada, ocurre cuando personas agua y personas aceite se aproximan. ¿Cómo hacerlo? ¿Cómo y cuándo detectamos esa incompatibilidad? ¿Y qué hacemos con ella?

Hace poco descubrí que la causa real por las que el agua y el aceite no se mezclan no es por la densidad sino por la polaridad, y esta nos habla de la dirección y la intensidad de la fuerza generada por las sustancias. Fuerzas opuestas, direcciones incompatibles, intensidades demasiado diferentes como para vibrar al mismo son.

Está claro. La química existe para jodernos la vida.

Humanidad, crueldad y belleza

sebastiao_salgado_pes590Cuando una ve películas como ‘La sal de la tierra’ se da cuenta de que alguna pieza del engranaje de las vísceras se ha desajustado, para cambiar de sitio y pedir luego ser encontrada.

No es sólo la maestría de las imágenes que capta Sebastião Salgado. No es ese acertado contraste entre el color y el blanco y negro y las fluidas pinceladas de primeros planos, más generales o secuencias detalladadas. Ni siquiera es la profundidad inaudita y la sencillez del fotógrafo, ni la enfermedad de su alma al ver tanta crueldad en el mundo. Es todo eso y mucho más. Es la consciencia de esa misma crueldad que convive con la belleza extrema de campos, bosques y personas no contaminadas de urbe. Es la miseria, en su sentido más crítico hacia quienes la permiten, la mezquindad, el abismo de la violencia y, acto seguido, la inmensa capacidad de revertirlo. De engrasar la pieza perdida, encajarla y echar a rodar.

Fotografía: Sebastião Salgado ©

Gustosa

Me gusta descubrir una cala solitaria en un lugar que acabo de conocer, bañarme en el agua gélida del mar y el contraste al secarme después al sol ardiente. Me encanta la gente intensa que expresa sus emociones abiertamente. Me gusta sonreir y desentonar un poco con el ambiente. No me gusta que la persona que se sienta a mi lado en el bus me roce el bracito sin conocerme de nada. Me encantan los colores paradisíacos de las puestas de sol. No me gusta la gente que habla muy alto. Me gusta la música instrumental por la noche, porque me despierta sensaciones recónditas. No me gusta que haya guerras malditas y que los malditos Gobiernos no hagan nada. Me gusta meter los dedos entre el cabello de alguien especial y agarrarlo un poco fuerte. Me gusta la felicidad que inunda mi corazón cuando veo los rostros sonrientes de mi abuelo y mi abuela. Me extasia la canción ‘Pequeño vals vienés’. Me gusta la emoción con que se entrega Silvia. Pero si hay algo a medio camino, si hay algo por lo que no consigo decantarme, ésos son los domingos por la tarde. Tantas  y tantas veces degustados. Esos me gustan y no me gustan.

La noche habla

La noche siempre habla. Unas veces la escucho y otras no. Hoy es de estas últimas veces. Porque si la escuchara, si aguzara mis sentidos y me quedara atenga a su susurro, el camino se volvería tortuoso de nuevo, las estrellas jugarían conmigo y con mi risa, el aire removería mis sueños y mis desvelos y las cartas volverían a desear que apostara otra baza por ti.

Por eso esta noche no escucho a la noche. Porque quiero que te marches de mi sangre. Y si no quiero, quisiera quererlo. Porque el tiempo y los días deben llevarte lejos. Porque agua y aceite nunca fueron buenos amantes. Porque no voy a perseguir tu primaveral sonrisa que me pasea por un florido laberinto. Porque no querer cuando se puede, ahoga la esperanza. Porque a través  de las pequeñas palabras voy esparciendo tus cenizas. Espantando a los fantasmas.

Viaje con corrientes

En ocasiones, más frecuentemente de lo que nos (me) gustaría, ese custodiado concepto al que le hemos puesto el nombre de empatía se disipa, se aleja a la deriva, junto a un mar de sensaciones a las que no le damos nombre.  Se marcha, y con él se evapora nuestra capacidad de comprensión y nuestra sintonía con el resto de los seres que habitan este delicioso mundo.

Porque, a fin de cuentas, no somos más que un banco de peces, cada cual con su tamaño, su tono, sus apetencias y sus necesidades. Y suele pasar que en lugar de expresar con naturalidad y desde el respeto nuestros deseos, esperamos que nuestras compañías de viaje los adivinen, sin caer en la cuenta de que cada cuerpo que fluye en este universo acuático oscila en una corriente diferente y en un momento propio y único de transformación vital. 

Sucede también que llevamos arraigadas una serie de emociones, unas más positivas que otras, que nos influyen y condicionan a la hora de conectar con el entorno. Las mentes que habitan a nuestro alrededor pueden ser conocedoras o no de las mismas y, por eso, nuestras actitudes y palabras pueden pulverizar como un trueno inesperado en medio de una plácida velada o, por el contrario, resultar apropiadas y, en el mejor de los casos, comprendidas.

Por eso, y desde la conciencia de mí misma que cada día intento trabajar, considero que necesitamos conocernos de manera más profunda y ser más partícipes de  la construcción de nuestra propia persona en cuanto a sentimientos, porque sólo de esa forma lograremos establecer relaciones afectivas gratificantes y sanas.

Pero ése es precisamente el gran reto: circular por todas esas autovías y carreteras secundarias y dejar emanar lo que llevamos dentro, con el propósito de armonizarnos y hacer la vida más fácil a esos peces que, encerrados en un diminuto habitáculo acristalado, o viajando en medio de corrientes desenfrenadas, se convierten en nuestra compañía en este enigmático viaje por unas profundidades marinas a las que nunca terminamos de acceder.

Peces