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Huir hacia los vértices
apartarse del volcán mientras estalla
-sin saber
sin poder-
impedir que la lava alcance
las manos
las piernas
el recuerdo
Caminar sobre tierra
resangrada y mordaz
bañar los pies en ausencia
y en saneamiento la vida
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Y entonces
y a veces
nada es igual a lo
anterior ni
apenas distinto
Digamos solo: caduca agosto
las plantas crecen y las golondrinas
mantienen su viaje
en medio de un cielo
nutrido en llamas
Publicado en Literatúrame, Reflexióname
Aprendiste con las garras
y el dolor
cuando el sol ni siquiera
era amarillo
buscaste una mano
de veinte dedos
para asirte con
brío y al menos
anclarte
porque nadie auguraba
un viaje de -solo-
vuelta
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En febrero tenía previstos los ingresos y gastos hasta septiembre.
No eran cuentas malas, tampoco las mejores. Solo eran las mías.
Llegó marzo y la hecatombe y todo cambió.
Aunque algunos hechos habrían llegado con o sin pandemia:
decir adiós a enredos necios, liberarme de las lanzas,
rechazar a quien exprime.
Ya lo dicen, hasta que haya vacuna, el virus permanece.
Luego inicié la siembra para mañana.
Regué las plantas, atusé las nubes.
Aireé (lo justo) la herida.
Las palabras me dan almohada y el menú del día.
Y si no hay fortuna, persisten las ideas.
Y las hojas de septiembre.
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Abandona el tacto espumoso de la almohada y empieza la rutina.
La primera tarea del día es revisar la cuenta bancaria.
A ver si algún ingreso. A ver si el recibo del paro. A ver si alguna herencia desconocida.
Luego llega el desencanto. Los mismos doce euros de hace días.
El dinero nunca llega por canales luminosos.
Continúa la tarea.
Administrar los céntimos del monedero, llamar al banco de alimentos.
Preguntar a su prima, a su vecina.
Y después la labor permanente, la que nunca se ausenta de la cabeza.
Plantearse cada mañana:¿Por qué?
Algo más. Algo más que un cuerpo con nombre, apellidos y número de identificación.
Más que ropa reusada y falta de contrato.
Masticas la infracción ya sea en casa o en la acera.
Tu registro te delata. O aún más fácil: no hay registro.
¿Deseos, dolores, heridas sin sutura también suman?
Para ellos solo es carne: negra, roja, amarilla o amoratada. Pero carne.
Carne infectada que llega para perturbar su cena.
Publicado en Literatúrame
Etiquetado identificación, número, personas, vida, vidas
Fue hace tiempo, mucho y compacto.
Las tardes aún sabían a semillas de amapola y las mañanas, a furor.
Los besó y desapareció calle abajo.
Se llevó una mochila, pan y el tacto de unos labios agrietados.
Entre otras cuatro paredes, aprendió las presuntas verdades de la vida.
Hasta que el sol se situó en el punto más alto.
Entonces regresó -el regreso siempre insiste-
En la cuesta, calle arriba, encontró una casa en llamas.
Un fuego vencedor ya sospechado.
¿Cuántas horas lleva ardiendo?
Ese fogonazo en lo alto fue el preludio
de la catástrofe
y alguien
alguien de intuición sensitiva
al otro lado del universo
se percató
como estrella irradiando la luz residual
de su existencia
con esa grácil perfección
Entonces se configura un precepto:
lo que se extingue puede
seguir brillando
y siempre será lejos
remota y perceptiblemente
distante
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