La garganta de Benito se puso en huelga, sin motivo y sin remedio. Ese complejo mecanismo que habitaba en el interior de su laringe no recibió el engrase suficiente y se oxidó. Merche lo había probado todo. Desde alertas de fuego o de robo hasta algún accidente casual con cuchillo de por medio, pasando por sugerentes y frenéticas veladas de amor en las que la esperanza de ella pasaba por un único jadeo de él. Finalmente, las técnicas reposaron apaciblemente sobre el sillón, haciendo compañía a Benito. Porque a su silencio se le unió, posteriormente, una rigidez paulatina que su cuerpo iba adquiriendo, hasta adoptar la consistencia del hormigón. La afectada esposa, hastiada y resignada, optó por ubicarle en un rincón, junto a una mesita y a la ventana, para que se deleitase con las flores azules y naranjas que trotaban por el jardín.

Un día en el que ella se sentía especialmente cariñosa con su habitante, se acercó a él, le miró a los ojos y deslizó su mano para acariciar su rostro con un gesto suave. En el momento preciso en que los dedos tocaron el lóbulo de su oreja, el ‘Wonderful world’ de Frank Sinatra, atrapado entre las tuercas de su mecanismo, comenzó a correr suavemente entre sus labios.