Y regresaron. Sin esperarlo y por sorpresa, como casi siempre. Volvieron los humanos en el estómago que sienten las mariposas cuando se enamoran. Se dejaron ver de nuevo el aroma a flores y las notas sublimes. Quisieron exponerse, con vehemencia y con todo el descaro posible. Se sucedieron días de colores y de temblores, noches aterciopeladas con su lluvia de estrellas y el suave oleaje al compás de sus cuerpos.

El mundo parecía perfecto hasta que de nuevo se escondieron. Se perdieron. Quedaron relegados al baúl de  la abuela. Dormitaron para esperar otra ocasión propicia, otro momento. Quizá, otro lugar.