Mi hermana dijo poco antes de Reyes que quería los regalos bellos, esas cajas vacías forradas en oro de los escaparates.

Con solo doce años, mi hermana ha descubierto la esencia de la vida.

Para qué las entrañas, las vísceras, el esqueleto,
para qué la espera del paraíso, el epicentro del Olimpo
si tras el oro fundido se desvela
el latigazo, la decepción, la rotura.

Prolonguemos el tacto,
el amoroso tintineo de la caja.

Hasta lograr embalar una porción de arcoíris,
mejor el envoltorio.