¿Por qué o para qué escribir? Creo que es interesante plantearse esta pregunta cuando nos ponemos manos a papel, o a teclas. El ‘porqué’ suele albergar la esencia del acto, del proceso, del momento de la creación. Atiende a que a veces no se puede hacer otra cosa, a que la necesidad reina, a que es mejor hacerlo que no hacerlo, a que el derrame de las letras sobre el cuaderno o la pantalla logra, en parte, algo de levedad. La causa o la motivación para hacer algo, si nos lo contamos con honestidad, suele configurar la esencia, ese impulso por el que decidimos hacer eso y no cualquier otra cosa.

El ‘para qué’ es más confuso. Más allá de ganarse la vida con ello, puede haber motivaciones alejadas de lo artístico y orientadas a lo económico. Puede que si esta última es la finalidad, la escritura pierda su esencia. La escritura se vincula más con el deseo que con la ambición. Más con el momento y con la satisfacción de crear algo nuevo, algo que todavía no se ha contado o, al menos, no de esa manera, no desde ese prisma, no desde ese universo.

Siempre me han gustado las palabras de Chantal Maillard:
«…escribir
para decir el grito
para arrancarlo
para convertirlo
para transformarlo
para desmenuzarlo
para eliminarlo
escribir el dolor
para proyectarlo
para actuar sobre él con la palabra».
Y yo añado: para levantar la mirada y actuar también sobre el mundo.

Quizá la escritura sea uno de esos poderosos y lenitivos espacios donde la causa y la finalidad convergen. Quiero pensar, quiero creer, que así es.