La mañana del 12 de abril  de 2014, el día de su cumpleaños, después de tomarse un café con leche, Margarita decidió hacerlo. No estaba del todo convencida, pero no podía dejarlo más. Se lo había prometido. Se puso unos vaqueros cómodos, una blusa de flores amarillas, se peinó, cogió la pequeña maleta que había preparado en unos minutos, el bolso y bajó a la calle. Tendría que haber hecho este importante viaje hacía mucho tiempo.

Tenía clara la dirección. Mientras avanzaba acompañada por el repiqueteo de las ruedas, un dolor punzante en el estómago y una presión en el pecho la hicieron parar. El llanto emergió de su cuerpo como un tsunami. Se sentó en un banco. Respiró la soledad más invernal de su vida. Pensó que quizá no era una buena idea. Quizá se estaba equivocando por completo. Pero se lo había prometido y ya no podía echarse atrás. Se limpió lágrimas y mocos con un pañuelo y avanzó calle adelante junto a todas sus dudas. Cuando estaba en la puerta, paró. Lo pensó. Miró el reloj. Las doce y veinticuatro. Era el momento.

—Buenos días. Vengo a poner una denuncia contra mi marido por violencia de género.

 


**Las sorpresas hacen que la vida tome algo más de brillo. Este relato que escribí hace unos meses quedó finalista en el ‘Un amor, cualquier amor’ (2023), organizado por la BM de Leganés y el blog Leer en la nube. Además me dieron el primer premio por otro pequeño relato, titulado ‘Rayas’.