Un naufragio. De esos que se extienden durante meses, quizás años.
La tormenta viene avisando, la tripulación ya sabe.
Todo queda sumergido: animales, equipajes, brazos, piernas.
El daño es irreparable y la oscuridad absoluta en el fondo del mar.

Sin embargo, de repente, un movimiento. Algo se acciona. Algo inquieta el sigilo infinito, se instala en la superficie y logra ver el cielo. Algún rayo de sol.
No todo se perdió. Algo está flotando.

Aunque ahora quede a la deriva.